Azules peces enquistados
Hijo dulce de perdida planta
que tu llanto es flama
ardiendo en mis pupilas,
como el recuerdo no vivido
de tus castaños rizos.
Es que uno no sueña
con querer ser hueso
para secar tantas lágrimas
que en estos ojos nunca corrieron
como nana de silencio marfilado,
martillando a corta frío
tantos colibríes exquisitos,
que sin brújula ni mapa
jamás llegaron a ningún lado.
Y en un estremecer hilos,
cuantas veces he columpiado
la inocencia de tu cuerpo
bajo la inquietud de unos cristales
que encierran azules peces,
en ese mar de tus mares
jamás acunados entre mis brazos.
Así con tu perfil persistes
como la semilla de un sueño
vagando por las calles,
queriendo enquistarte
como carne de mi carne,
para dejar de ser
un destino en desatino.
Por eso hoy una vez más llueves
con tus goteos de pisadas breves
en el corazón de los abismos,
buscando alargar en mi memoria
las sílabas de un nombre efímero
en la queja amarga del rostro de un niño
que me es totalmente ajeno.
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